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de aquí?... Pero no eches mano de simbolismos fáciles. Dímelo a golpes. No importa. No hablas como simple artesano. La piedra sola no ha podido enseñarte tanto. LEONARDO.- Te equivocas. Esa piedra y ese barro, luego estatuas de mi pueblo, son quienes me han enseñado tantas cosas e inspirado tales sentimientos. BEATRIZ.- Y yo, barro, como tú dices, ¿qué te inspiro? LEONARDO.- Esperanza. BEATRIZ.- ¿De qué? LEONARDO.- De que un día dejes de ser estatua y muñeca de cristal o flor de Olimpo, y que te decidas a rornper cuantas estatuas encuentres a tu paso, y a les que las fabrican. BEATRIZ.- ¿A ti también? LEONARDO.- A cuantos se empecinen en hacer estatuas de un museo. Estatuas sin pálpito, sin pasión, sin deseo... BEATRIZ.- ¿Cómo tú? LEONARDO.- ¿Como yo? No, Beatriz. Te quiero, te amo corno a humus sagrado... BEATRIZ.- ¡Basta! LEONARDO.- Fuerza telúrica, tierra labrantía, sementera, rastrojal. Y nueva tierra, y más paridas, más hijos. BEATRIZ.- ¿Sola? LEONARDO.- No; conmigo, con nosotros... BEATRIZ.- ¿Cómo? LEONARDO.- Desnudándote toda para llegar a ser tú misma. Una mujer sólo puede llegar a engendrar desnuda de todo. Beatriz, desnúdate del todo. Echa lejos de ti lo que tanto te aprisiona: una vida más fácil, dinero abundante, nivel social, autos, joyas, fiestas. Ha comenzado a sonar insistentemente el teléfono. Leonardo va saliendo por la puerta de la solana. Dice su último parlamento con mirada de fuego, hipnotizadora. Beatriz va quedando enajenada. 11

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