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LEONARDO.- Sí, como el de la piedra. Yo sé cómo llora la piedra, o cómo grita el barro bajo las pisadas, y gime al sentirse hundido. O arde de iras cuando lo hacen terraco– ta. Igual que la estatua parida desde el granito y defecada luego en una hornacina. BEATRIZ.- Sigo sin comprenderte. ¿Quién eres? ¿A dónde vas? ¿Qué haces? LEONARDO.- No hurgues demasiado. Soy simplemente un cantero con ínfulas de es::ultor; bastardo copiador de formas bellas. Es que necesito vivir. BEATRIZ.- No. Hay algo más. Mucho más. Eres un volcán, un farallón iluminado; granito adorable y aspereza de acanti– lado; niño y brisa y huracán; piel de durazno y rugosidad de bardal con pájaros y flores. Beatriz se ha acercado a él. Leonardo la acepta un instante. La mira fijamente tomándola de la cara... Sonríe casi emocionado. LEONARDO.- No sigas, que tu boca se rne hace panal de miel, y arena el granito de rnis ojos. BEATRIZ.- ¡Mentiroso, amor adorable! LEONARDO.- {La besa en la frente. La atrae a sí. Enseguida la aparta.) No te devanes la c&beza, Beatriz. Soy solamente eso. También estatua de piedra corno tú, pero con un humus sagrado que me cosquillea desde los talares y me sube como un prurito hasta el corazón y a la cabeza; y a los ojos; y a las manos. BEATRIZ.- {Le coge las manos.) Mentira. Frías como los bloques de Macchu-Pichu... LEONARDO.- Y me hierve en los genes... BEATRIZ.- ¡Mentira! LEONARDO.- Y me lanza a cubrir la tierra toda para engendrar hombres nuevos. Quiero hombres, hombres, hombres. BEATRIZ.- Yo también, pero me bastaría tú, Leonardo. ¿Quién eres, dónde vives, con quién? ¿Dónde podría verte fuera 10

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