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BEATRIZ.- ¡Calla, Leonardo! LEONARDO.- Eso es lo que hacen con nuestro pueblo. Le estrangulan la voz, lo descojonan. Lo hostigan como a piara de cerdos de frontera a frontera si se atreven a pensar en alta voz. Lo hacen cosa, muñeco, estatua, escultura hambreada: Lo hacen silencio y cementerio. BEATRIZ.- Me asustas, Leonardo. Me sorprenden todos los golpes de tu sangre.Me das miedo. En ocasiones me pareces una fiera acorralada. LEONARDO.- Tengo las manos cansadas de golpear la piedra, y hábiles sin embargo para hundir de un solo golpe la cabeza del tirano. BEATRIZ.- Violencia engendra violencia, Leonardo, y tu rostro es dulce de ordinario, y han de ser tus manos dulcísimas para la caricia. LEONARDO.- Gracias, Beatriz. No quiero ir contra nadie. A veces me traicionan los impulsos. Sólo quiero hombres. Esculpirlos a golpe de cariños. Sacarles los puntos exactos de su dignidad, auparlos. Quiero engendrar hombres nuevos. Parir hombres nuevos; que rne nazca una camada de guambras inmediatamente después de cada monta; que se me rompan las aguas en cada uno de los poros de mi cuerpo... Sé que estoy loco. Perdona. Beatriz, se lo ha estado comiendo con los ojos. Intenta abrazarlo medrosamente. Leonardo la aparta con benevolencia. BEATRIZ.- Yo sería piedra dócil a tus golpes, Leonardo; tierra fecunda a tus cinceles labrantíos, hembra abierta... LEONARDO.- No sabes lo que dices, Beatriz. Mis manos son burdas y callosas para la caricia, y duras para hundirse en tus quebradas. Además, que mil mujeres no serían capaces de parirme los hijos que yo sueño. BEATRIZ.- Leo, no me atormentes. No te entiendo. LEONARDO.- Ni hace falta de momento. Quiero ser macho y 7

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