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cortinas y aparece Leonardo. LEONARDO.- ¡Hola, reina! ¿No ha llegado todavía? ¿Puedo? BEATRIZ.- Espera. Debernos tener mucho cuidado. (Habla por un teléfono interno.) ¡Lulú! ¿Sabes algo del teniente Jorgito? ¡Ah, hija, qué pesada! Amo locamente a un macho de verdad. Dime. Salió hace unos momentos tras una llamada privada... ¿Pasa algo? Sí; escucho... En cuanto sepas algo más concreto avísame. Tengo un trabajo urgentísimo. (Hace seíias a Leonardo para que pase. Contempla la transparencia del proyector.) LEONARDO.- ¿Hasta cuándo auscultando el latido de nuestros ancestros? ¡Piedras y más piedras! (Ojea algunos slides.J Y más piedras. Estatuas. Crecida vicia hecha farallón. Tótem, origen de la vida de los pueblos. Piedras vivas, piedras sagradas, piedras nacidas de la raíz del mundo. ¡Oh, los aymaras y los incas y los mayas y los aztecas! BEATRIZ.- Nuestro ayer hecho estatua y monumento. Nuestras culturas estranguladas. LEONARDO.- Que renacerán del humus sagrado del hombre empobrecido. Se escuchan de nuevo el sonido de los martillos y cinceles como a coro. Leonardo se dirige a la puerta de la solana. Y estos bloques de piedra muerta y desafiante prontos a hacer renacer también una historia opresora. Y golpea y golpea. Y todo por su ridícula manía, su megalomanía. A las veces me nace un impulso telúrico de asestar un golpe en su testa hueca y engreída, casi huracán o tornado o terremoto. BEATRIZ.- ¡Leonardo! Adivino a las veces un no sé qué en el golpe de mazo y una virilidad avasalladora en tus cinceles. LEONARDO.- ¿Y? BEATRIZ.- Que me da miedo. 5

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