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enfermos, la solicitud de sus atenciones, tan cariñosas como desinteresadas para con sus clientes y su admirable ojo clini- · co, ayudado por la auscultacién de los divers.os órganos. De esta auscultación de órganos como el hígado, el bazo, los rifiones y otros, he oído expresarse con severidad a dis- . ' . tinguidos médicos. Segúq ellos, por di versas razones no puede conducir a ningún resultado. Sin embargo, teng9 no.. ticias de que la usan facultativos eminentes de otros países, y en el nuestro, practicada por el Padre Tadeo, puede dar la clave dél diagnóstico acertado de éste contra la opinión de distinguidos profesionales. Son casos que s~ han repetido con mucha frecuencia y de los cuales entresaco sólo dos para narrarlos a los lectores. En una ciudad del Sur enfermó gravemente un caballero alemán. Los médicos locales creyeron que se trataba de dia~ betes y le aplicaron las prescripciones correspondientes. Como el enfermo se sintiera cada día peor, se hizo examinar por varios médicos del norte, los cuales confirmaron el diag– nóstico de sus colegas e indicaron los mismos remedios. Entonces ftié consultado el Padre Tadeo y opinó que la en– fermedad era de los riñones. De más está decir que su diag• nóstico fué considerado como un error evidente. Pero el pa~ ciente se dirigió a Hamburg-:>, consultó allí a los mejores médicos y cuando le declararon que estaba enfermo de los· rífiones, no pudo menos de recordar en alta voz: «Eso mismo me dijo el Misionero Capuchino de Pelchuquín contra la opi . nión de todos los doctores». A un empleado de Ferrocarriles le diagnosticó uno de los médicos de la J!Jmpresa, que tenía absceso en el hígado. Un segundo médico le aseguró que su enfermedad estaba en el intestino gmeso, y un tercero creyó que el órgano enfermo era el duodeno. A pesar de la variedad de sus diagnósticos, los trts médicos estaban de acuerdo en que era necesario operar al enfermo. Pero el Padre Tadeo rechazó el triple diagnóstico e impidió la operación; sometió el caso al trata– míento hidroterápico y en poco tiempo devolvió el enfermo, bueno y sano a sus ocupaciones habituales.

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