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- 56 - de dónde venía la sangre. «Sí, me replicó, el caso es verda– deramente crítico». «Permítame, le dije entonces, que yo haga la prueba con un remedio mío». -«¡Cómo no! dijo sin titubear; si Ud. conoce algún reme– dio ... no hay momento que perder». Inmediatamente hice traer mi cocimiento; y con el vapor y otras aplicaciones del mismo remedio, se pudo detener la sangre en menos de veinte minutos. · ¿Qué remedio maravilloso fué ese que llenó de asombro y estupefacción a mi amigo el doctor? Pues, nada más que la humilde limpia-plata; y ¡cuántas veces asa misma planta ha purificado y sanado heridas pu– trefactas evitando la amputación hasta en casos en que diez y más médicos la creyeron necesaria! No exageraba mucho cierto famoso doctor al afirmar que « de cada diez enfermos que mueren, siete sucumben, no « por efecto de la enfermedad, sino por los remedios de la « alopatía». ¡Quiera Dios que cuantos lean estas líneas, se convenzan de esa verdad, como también de la eficacia y superioridad del tratamiento. que recomiendo! OPERACIONES Hablando en general, se puede decir que las operaciones, sí no son perjudiciales, son por lo menos inútiles. Hoy día, eón lo3 adelantos y facilidades de la ciencia, cualquier doctor cree tener bastante derecho para cortar o abrir a cualquier desdichado mortal, con tal que no sea con grave peligro de vida, porque así lo aprendió y porque ése es el modo de adquirir fama y renombre. «Esto debe termi– nar, ,dice muy bien el Dr. Lahamann, y puedo asegurar que pronto, muy pronto, se producirá el cambio en el campo de la medicina; y el furor de las operaciones tendrá también su poderosa contracorriente,,. ¡Lástima grande que este notabi– lísimo médico bajara tan presto a la tumba! En cierto modo, debiéramos envídiar a los seres irraciona-
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