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- 55 - ~similadas por el organismo humano; pero no así todo ese .<Jonjunto de sales y compuestos químicos que sólo sirven pa– ra envenenar y arruinar las complexiones más sanas y ro– ibustas, En vano intentaremos forzar o violentar las leyes de la naturaleza, pues no parece sino que Dios. ha dispuesto ,que cada reino ayude al otro inmediato: el reino mineral, al vegetal; y éstE'.l, al animal. Todavía no hace muchos años que el célebre Dr. Wunder– Mch decía: *Debemos estar muy agradecidos al pastórcito o « viejecita que nos ofrezca o enseñe algún remed.io que no– .« sotros no conocemos». Y ahora, séame permitido referir ·un pequei'io episodio de 1mí vida, que puede servir como de complemento a esa. ex– presión del mencionado famosisimo. doctor. Cierto día, estando yo'comiendo con mi amigo el Dr. N. :N., vino una señorita a suplicarle que fuera a ver asuma– má, la cual, hacía ya más de 24 horas que sufría terrible 1hemórragia nasal sin poder conseguir el menor alivio de los muchos médicos que habían sido llamados. Mi amigo dió a ,entender claramente lo poco que le agradaba aquel llama– miento y· trató de excusarse; mas tanto le insté y tanto le rogué, que por fin se resolvió a ir, pero pidiéndome que le acompafiara. . Durante el trayecto, mi amable compañero me habló de 1Un remedio asegurándome que era excelente para detene.r Jos flujos de sar.igre. Llegamos a la casa de la enferma y nos recibió una de sus hijas, que yo conocía por haberla tenido -durante algún tiempo siguiendo el tratamiento. Hablé apar– te con ella; y le mandé preparar un cocimiento. Entramos al ,dormitorio y vimos a la pobre enferma en estado verdade - ,ramente triste y lamentable. La sangre corría incesante– mente por boca y nariz, y en tan afligida situación habían ,transcurrido nada menos que 24 horas! El doctor fué aplicando una, dos, tres y hasta cuatro dosis .de su remedio. ¡Todo inútil! Ya desesperanzado, se puso a ,escribir la receta y pidió nitrato de plata., Entónces me ade– lanté y le pregunté qué era lo que iba a quemar. si no sabia