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- :_7 - la afligida y acongoj~da madre, dijo sinceramente que no se atrevía a tratar a las criaturas y solam~nte aconsejaba me las trajeran a Constitución. El Lunes no se notaba todavía cambio alguno en aquellas infelices niñitas; pero el Martes, sí; y el Miércoles, tuve la alegría de comunicar a la fami– lia que estaban ya fuera de peligro. Hoy dia, aquellas cría. turas que tanta compasión y lástima me inspiraron, son dos niñas alegres, juguetonas y llenas de vida, de suerte que na– die podría suponer que hace un año eran estampas de la muerte. Con esas niñas tuve ocasión de hacer una muy singular experiencia. Se les había ¡:rohibido el pan. Yo levanté in· mediatamente la prohibición y di a la mayor un poco de pan blanco que comenzó a comer con verdadero gusto. En seguida y con toda intención, le puse también en la m~no izquierda pan negro de centeno; y-en cuanto lo hubo proba• do, tiró el pan blanco y siguió comiendo el negro con mucho más gusto y apetito. · · ¿No es cierto que a veces los niños discurren más y mejor que los adultos? 12. - La epilepsia es, sin duda; una de las enfermedades más tristes y terribles y, ante ella, la alopatía, confiesa su incapacidad. Con esta enfermedad sucede lo mismo que con la locura, que cada día se va aumentando. y generalizando más; y la ciencia médica, nos consuela únicamente con la · noticia de que no hay solución para tan dificil e intrincado problema. Sin embargo, la hidroterapia ofrece también remedio para este mal; y, a fin de no ser molesto, citaré sólo dos casos. El primero, el de una señora e.e edad que, durante. 925 años, su– frió ataques epilépticos, po'r lo menos uno cada semana; y siguiendo el tratamiento del agua, en todo un año no tuvo más que un solo ataque. El otro es el dé un sacerdote de más de 60 años de edad quB, ca,da dos meses, con precisión 2

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