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149 - aún alcanzaba a encontrarle con vida, le diera inmediata– mente el remedio y seguramente se salvaría. El enfermo recibió el remedio y, media hora después, dis– minuyeron tanto los dolores, que pudo dormir tranquila- . mente. Al segundo día, apareció el carpintero en la sala de con– sultas del cura Kneipp, por más que hasta entonces no se había manifestado muy amistoso cori el bondadosísimo y no bilísimo sacerdote; y, arrodillándose ante él, exclamó todo-· confuso y humillado: « Sr. Cura, todos los bienes que he « podido adquirir hasta ahora, los doy a su iglesia. Ya· « que Ud. me ha salvado la vida, quiero pagar este favor « entregándole todo cuanto tengo y yo comenzaré a trabajar « nuevamente para mí y para mi familia».-Sonl'ióse el cura y contestó: -«No necesito sus bienes; pero como Ud. es poco « religioso, lo único que deseo y le pido con toda mi alma, « es, que sea Ud. desde ahora un buen cristiano, que se con– ~ fiese y comulgue con frecuencia y se porte en todo como " buen católico, y esto será lo que consideraré como mi me– « jor y más cumplida recompensa». ¡Qué distinto habría sido el caso si desde los primeros mo– mentos se hubiera llamado al.Sr. cura Kneipp! También en Chile es muy frecuente esta enfermedad; y son ya muchos los que, casi desesperados por los fuertes y continuos dolores, han acudido. al autor de estas líneas pi– diendo ayuda y remedios, cuando un solo chorro de agua fria aplicado a las rodillas con una regadera, les habría propor– cionado alivio en pocos minutos. · En realidad, estos casos no pueden considerarse como una enfermedad determinada, siendo la mayor parte', con. secuencia natural de alguna impruden::ia o negligencia, o de un tratamiento desacertado. Pm·o la causa común y ordina– ria de este padecimiento, es el cambio brusco del calor al frío, o un fuerte enfriamiento de los pies, o el sentarse en sitios húmedos y fríos teniendo el cuerpo agitado y sudoroso, como también el torna!' bebidas frías y heladas junto con café, té