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mismo, Tambié11 a mí me cupo ser contado' en el número de lss tísicos. Duráute mi juventud, no disfruté nu!'lca de buena sa– lud; y después d"' haber pasado ya por, varias enfermeda– des graves y haber sido testigo ocular de otras coino el có· lera de 1873 y el tifus, que durante muchos años arrebató milla,res de seres de todas las edades en la er1tonces malsa– na capital de Baviera,. entré en la orden capuchina. Todos mis parientes y conocidos consideraron este paso como una aberración, porque suponi1w que mi quebrantada salud no podría resistir la vida rígida y austera de los capuchinos; y no fueron pocos los profetas de desgTacia. A decir verdad, dura,nte los tres primeroH años, no parecía qúe se equivocaban, pues muy pronto me ví atacado de una afección pulmonar y, a lds dos años, nadie dudaba que fuera un caso evidente de tisis. La abundante expectore.ción de día y de noche, las con· tínuas transpiraciones, los escalofríos y el. más espantoso enflaquecimiento, rne designaban ya como víctima pronta y segura de la muerte. Y, sin embargo, nunca me eximía de las austeridades de la vida monástica, sino que al contrario, acudía a todos los actos de comunidad y me levantaba tam– bién como los demás a media noe;he para el rezo de los mai– tines, resistiéndome siempre a ser contado entre los eri– fermos. Lo que más temía era el paseo semanal de dos horas y al cual tampoco quise faltar; sólo que el paseo era para mí un vía crucis, y tenía que buscar muchas veces un bastón para poderme arrastrar. A pesar de todo esto, dos años más tarde, habían desapare• cido todos los síntomas de la ti~is; y un fuerte ataque de reumatismo articular que en 1893 me puso al borde del se– pulcro, no alcanzó a vencerme pol'que, según declaración de los cinco médicos que me atendieron, tenía todos los ór– ganos completamente sanos. Y ¿cómo me alivié? ¿qué suero o qué inyección me salvó?

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