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CAPITULO XXIX S,an Francisco y su amor•a las criaturas irracionales 250. Ama a las criaturas que presentan alguna cua– lidad o virtud del Criador. Tenía. el seráfico Padre un ,corazón tan bu-eno y tan tierno, que amaba a todas la 1 s criaturas; y un sent,i– miento de su natural pieda,d :1e obligaba a darlies a toda'> el nombre de hermanas. "Elevándose - dice San Bue– naventura - hasta el primer origen de 4as cosas, con– sideraba a todas las ,criaturas como salidas de1I seno de la divinidad, y conocía que todas tenían el mismo principio que él. :&;ntre los arni:ma'1es amaba especial– mente aquellos que representaban la ma111sedumbre de Jesucristo, o que eran símbollo de al,gurta virtud, o causa de Safadables reflexiones. En efecto, ¿quién podrá ex– pHcar la dulzura que inundaiba su espíritu al conteim– plar en Jas criaturas la sa-bidura, el poder y la bondad dell Criador? Llenábas.e de inefablle gozo cuantas veces miraba el sol, contemp1'aba la luna o dirigía su vista a las estrellas del firmamento. Desbordante era la ailegría de su esipíritu a1J contemplat lla. fisonomía de las flores, la varia>dísima constitución de •su hermosura y la per– cepción de la fragancia de sus aromas. Di;visaba a,I pun– to aquella flor que, brotando de la raíz de Jesé en tiem– po de e.xmberante primavera, resucitó con su fragancia millares de a,lmas muertas. Cuando daba con multitud de flores, predicábales cua'l si estuvieran dotadas de inte– ligenda, y fas inv.fürba a aila1bar al Señor. Asimismo convidaba ·con tiernísima y conmovedora sencillez aI amor d1vino y exhortaba a la gratitud a los trigos y vi– ñedos, a las piedras y a las selv3!s, a las llanuras del

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