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- 2I2 - de nosotros, miserables desventurados, qué penas tan terribles nos ersperan en el infierno; porque no solamen– te robamos a los prójimos y Les golpeamos y herimos, sino que también les matamos! Y después de tantos ma– les y de <eosas tan depmvaidas como hacemos, no senti– mos ningún remordimiento de candencia ni temor ele Dios; y, en cambio, este santo religioso, que ha venido a buscarnos, sólo por fas pocas pa.Jaibras que tan justa– mente nos dijo sobre nuestra mali.cia, se ha portado humildemente para comfesar su culipa, y además de traer– nos e!l pan y el vino, nos hace una promesa tan gene– rosa el Santo Padre! V,erdarderameni1:e que esitos religio– sos son santos de Dios, acreedores a,1 paraíso celestial, y nosotros somos hijos de perdidón y rner,ecemos las pe– nas del infierno, y cada dfa aumentamos nuestra des– gracia ,con nuestros ,peca,clos. ¿Quién sabe si por los muchos pecados que hemos cometido podremos hallar la miseri:cordia de Dios? Vayamos a Francisco, y si él nos da esperanza de que ,podremos hallar la misericor– dia de Dios sobre nuestros pecados, hagamos lo que é'l nos mande para librar nuestras almas ele las pena,s de.l infierno." Puestos los tres en presenda del Santo, le dijeron: "Si tú nos das alguna esperanza de que Dios nos red– birá a, su gracia, estamos dispuestos a po111er en prác– tica •lo que nos digas." Entonces el Santo, acogién– do'tos caritativa y benignamente, Ios animó con muchos ejemplos de la mi,s:ericordia de Dios. Los tres renuncia– ron al mundo, a'1 demonio y sus obras, y el Santo los recibió. en su Orden, donde hkieron asperísima peni– tencia (1 ). (1) Florecillas, Primera parte, cap. XXVI.
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