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CAPíTULO II San Francisco y su amor a Dios 5. 0 Acendrado amor de Dios de San Francisco. La penitente vida observada por nuestro seráfico San Francisco, pronto convirtió en veneración lo que poco antes había sido considerado locura; todos le admiran, y no pocos se aprestan a seguir sus huellas, imitando sus acciones. Uno de estos entusiastas admiradores fué Bernardo de Quintaval, hombre muy rico y de singulares dotes, el cua'l, deseando cerciorarse de si el gran desprecio que San Francisco hacía del mundo era efecto de santidad o de bajeza de espíritu, convidóle un día a cenar y a dormir en su casa, colocándole la cama en· su propio aposento. Bernardo, luego que se acostó, fingió dormir profun– do sueño, y creyendo Francisco ser verdad el sueño d.e su bienhechor, abandonó la cama, se arrodilló y comen– zó a derramar abundantes lágrimas, y con los ojos. fijos en el cielo y. 'los brazos puestos en cruz, con grande y profunda emoción de su alma clamaba sin cesar: "¡ Dios mío y todas mis cosas! ¡Dios mío y todas mis cosas!" U na expresión tan tierna revelaba bien a las claras el fuego del amor divino que llenaba tocia su alma. ¡ Di– choso el que con verdad pueda decir: ¡Dios mío y todas mis cosas! Será señal de que todo es de Dios, y en nada estima las cosas .de.J mundo ( 1). 6. 0 San Francisco y Santa Clara abrasados en amor de Dios. \ lVíucho tiempo hacía que deseaba la gloriosa Santa (1) Celano: Vida Primera, cap. X, núm. 23.
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