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,- II4 - se siente con voluntad de dejarle/' Así el bi-enaventu– rado Padre condensaba las enseñanzas sobre la humi,1- dad, para que más fácilmente sus hijos conservasen en su corazón la riquísima Joya de la .humilldad, funda– mento de la virtud (1). 107. R,efiere a Dios la gloria que a él se le atribuye. Al fin de un sermón predicado por el Santo en la ciu– da9 de Terni, que había sido és,rnchado por el obispo de 1~ diócesis, admirado éste de la unción con que había predicado su sermón, subió al púlpito sin dejarlo el San– to y habJó al pueblo de esta manera: "Hijos míos, el Señor, que ha iluminado su Iglesia por medio de hom– bres ilustres por su ciencia y doctrina, hoy os envía a Francisco, a quien acabáis de oír, hombre pobre y sin Ietras y de una pr,esencia despreciable, para que la ins– truya con sus palabras y con su ejemplo. Cuanto menos docto es, se ve resphl,ndecer más en él el poder de Dios, el cuail elige las cosas más insensatas a los ojos deI mundo, · para confundir su s•abiduría. El cuidado que tien.e Dios de nuestra sailvadón, nos obliga a honrarle y a rendirle la gloria que le es debida; po,rque las gra– cias que nos ha hecho a nosotros no se las ha hecho a otras naciones." Así que el prelado hubo terminado. estas palabras,. fué el Santo a presentársele, y, besándole la mano, le dijo: "Ciertamente, Señor, que no ha habido nunca nin– guno que me haya hecho tanto honor como el que hoy he recibido de vos. Otros me atribuyen no sé que san– tidad, que no me corresponde de ningún modo y que con más razón deberían reiierir á Dios sólo, autor de todo don perfecto. Pero vos, señor, habéis sabido dis– tin,guir sabiamente lo precioso de lo vil, el digno del in– digno y el santo del pecador, dando la gforia a Dios, no a mí, que soy un pob1~e hombre y miserable. A Dios sólo, Rey de todos los siglos, inmortal e invisible, es (l) Vvadding: Obras de San Francisco.

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