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-:- no- tándose dichoso con la locura de la cruz, proseguía su camino. No era, sin embargo, esta la mayor prueba a que. fué sometida su primeriza virtud; le aguardaban otros es– carnios e insu1Itos mayores y éstos fos había de recibir de su padre. En efeicto, al enterarse éste de que su hijo primogénito era objeto de las burlas del público, corrió inmediatamente a biuscar:le, y acercándose con furor a él, lo llevó arrastrando de los cabellos ha,sta su casa, donde le abofeteó y le encerró bajo de una escalera, en un cuarto que allí había a manera de prisión ( 1). Poco. tiempo después, habiéndo.se ausentado el padre, su madre le dió libertad, y Francisco, aprovechándola, foese a San Damián, donde habiendo recobrado mayor valor y fortaleza, se presentó a su padre, a quien Je dijo que ni s1,1s pdsiones ni sus castigos le ponían te– mor; y aseguró que sufriría con mucho gusto cualquier mal por amor de Jesucristo." Cuando estamos persuadidos de que todo lo podemos con el auxilio de Jesús que nos conforta, ¿qué cosa no somos capaces de hacer? La intrepidez de las a·lmas he– roicas no reconoce otlio fundamento (2). 103. La humildad de San Francisco es atendida por el Paipa. Como la Or:den fundada por el .Santo creciese de día en día, deseaba el siervo de Dios conseguir de la Santa Sede una aprobación directa, . para que nadi<e dudara del rectísimo fin que le animaba. Con este objeto fué a Roma a presentarse anite el paipa Inocencio III. Si bien el Santo pudo recabar valiosas recornendadones para ser bien recibido por el Vicario de Cristo, sin embargo,. no fué así. Etl Pa,pa, al ver a aquel hombrecillo, raquítico y de (1) Hoy se conserva esta prisión, que permanecié intacta hasta d 1615, en que a petición de Felipe III rey de España, la casa fué con– vertida en convento e iglesia. (2) Celano: Vida Primera, cap. V, núm. 12.

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