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- 109- saibiendo que aquellos contribuían efieiazimente a su pro– pie enmienda, mientras que las segundas podían causar– le algún daño en su alma. De conformidad con este dict,amen, cuando los pue– blos ensalzaban su elevada santidad, solía ordenar a a1l– guno de sus religiosos, que sin recelo le dirigiese pala– bras de desprecio y contumelia. Y cuando el religi<oso, forzado por la obediencia, le llamaba rústko, grosero, hombre sin letras o inútH para todo, le resipondía: "Ben– dígate el Señor, hijo mío, pues tú eres el únko que di– ces la verdad, y esas son las pa:labras que debía oír siempre el hijo de Pedro Bernardón." No puede darse pintura más él!Cabada del humilde sen– tir de. San Francisco; por esto se dice que la silla, que Lucifer perdió en el cielo por su soberbia le fué dada a San Francisco por su humildad ( 1). 102. Animado por el espíritu de Dios, marc}1a en busca de las humillaciones. Habíase retirado nuestro Santo, en los primeros días de su conviersión, para hacer penitencia y llorar sus .pecados, a una cueva que estaba cerca de Asís. Un mes poco má:s o menos estuvo .allí r,efüado; pero reflexio– nando que debía abandonar aquella vida e ir a Asís, para que todos se edifkaran con la nueva vida que ha– bía emprendido, violentando la natural repugnancia que esto le oca:sionaha, al fin se presentó en la ciudad. So11prencUdos quedq:ron sus conciudadanos cuando le vieron pálido y extenuado, predicando penitenda. To– dos cr,eyeron había perdido el juicio, por lo cua:1 con– vinieeron en llamarle loco. e insensato y al insulto de palabra siguióse el de obra: unos le cubrían de cieno y le arrojaban piedras, y otros ~han detrás de él haciéndole mil befas con gran algazara y gritería. El siervo de Dios mostrábase insensible a tantos insultos, y repu- (1) San Buenaventura: Leyenda, cap. VI, núm. l.

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