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-91- abominable a Dios piadosísimo, porque el difarnador se alimenta de la sangre de las alm~s que mata con la es– pada de la lengua. Tanto es mayor la iniquidad de los difamadores, que la de los ,ladrones, cuanto que la ley de Cristo nos obliga a desear más la sa,Iud de las alma-s que la de los cuerpos. "Además, el que murmura, ¿qué otra cosa hace sino Henar a su propia madre, la relirgión, de la hid de vitu– perio y traidón? Los difamadores son de la generación de Gam, que no ,cubrió ilas vergüenzas de su pa 1 dre, sino que las descubrió; así éstos descubren y exageran los defectos de los prelados y de su religión, por lo cual merecerán la maldición de Dios. Estos, como puercos, se r,evuelcan en las inmundidas y porquerías,· esto es, se zaimbullen en los defectos que indagan curiosamente, o tal vez afirman con mentira que hallaron y vieron; y como están hediondos en su conciencia, se alimentan a guisa de animales inmundos." ¡Magnífica! ¡Sublime es la lección que el Santo. da a sus hijos! ¡De qué medios tan sencillos, pero tan eloceuentes, se vale el Santo paira infundir el respeto y cariño de unos con otros! (1). 86. Cómo quería el Santo fuesen castigados los murmuradores. Afirma Tomás de Celano, que San Francisco odiaba, tanito la murmuración, que huía de encontrarse con los murmuradores, se tapaba los oídos por no oír sus con– versadones, y afü1maha que ellos que tenían veneno en la lengua, y que sus conversadones punzaban y mor– dían. Oyendo una v,ez que un religioso denigraba a otro, vuelto a fray Pedro Caitáneo, su vicario, díjole estas tremendas sentencias: "Amenazan a la religión grandes males si no se ataja a los murmuradores. Pronto la sua- (1) Wadding: Obras 'a.e Sa,n Fr.ancisc,o, Colaci6n 18.-Celano: Vida Segunda, cap, XIX, núm. 172

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