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P. P R UD EN C I O ,DE SAL V ATIERRA ígneo, , , Y después de siete siglos volver a aprisio– narlo. Todo eso es manjar de no sospechada sucu– lencia. No sé lo que los críticos dirán del estilo de mi obra, escrita sin demasiadas pretensiones literarias. Los versos, muchas veces, me venían a las manos sin, llamarlos, como las palomas domésticas. No quise sujetarme excesivamente a escuelas ni a tendencias más o menos modernas. El poeta no debe afiliarse a ninguna secta artística: todas le quedan estrechas. Sin embargo, no puedo negar que largas lecturas de los últimos líricos españoles, portugueses y franceses, han de haber dejado en mi obra algún resabio inevitable. He adoptado, en casi todo el poema, la clásica forma del romance octosílabo, el glorioso romance de nuestros maestros venerables, nunca perdido en letras hispanas, pero remozado hoy por nuestros me– jores aedos. García Lorca le comunicó el vigor po– pular y la gracia de su gitanería, y se lo ciñó a la cintura como una faja de vivos colores; Marquina y Pemán le han disciplinado, haciéndole denso y maduro y cargado de semiUas; Juan Ramón Jiménez pone savia' y ternura en sus alamedas jóvenes; Cer– nuda,, Alberti, Gerardo Diéqo, Guillén y Salinas, por no - citar otros cultores de nuestra lírica, toman el romance y le van podando sus demasías, al mismo tiempo que le acarician con el cuchillo vigilante . .. Pero suele suceder que, a fuerza de sobriedad, la fi:ase no llega a ser frase, sino pergeño; y la idea no alcanza al deseo que se tuvo de expresarla; y se juzga [ B J

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