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P. P R UD E N C I O D E S A L V A TI E R R A Una mañana de Abril oyó campanas triunfales, y fué a misa seguida de cien galanes ... En el púlpito, un mendigo muy flaco y éxtravagante, dijo un sermón ardoroso con palabras celestiales. "Que las riquezas son humo, los placeres vanidades, y el dolor una joya incomparable. Que la pobreza es diadema con que Dios suele adornarse, y la Cruz espada para gigantes. Que la tierra es muy pequeña, pero que el cielo es muy grande ... " Así hablaba, muy despacito y muy suave. Los galanes se reían . . . La niña empezó a turbarse. Cuando salió de la iglesia, cruzó rápida la calle, la cara como una I!ama, los ojos dos manantiales. Y aquella rubia doncella -algunos días más tarde– se escapó sola y de noche, dejando casa y caudales. [ 136 J
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