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80 esa creencia, es decir, de la certeza rtatural, inarraigable que tiene el hombre, no solo de la existencia de Dios, si que tam– bién de su poder, para intervenir en el desenvolvimiento de sus criaturas. Sin embargo, para su mayor tranquilidad,. debo decirle que ni todo lo que el vulgo llama «misterio» es misterio, ni siempre que las gentes gritan «¡milagro/» hay milagro. Dios respeta mucho tanto los fueros de la razón humana, como las leyes del Universo, y así como no impone más misterios que los necesarios para nuestra salvación, así tampoco hace mila– gros sino raramente, cuando los juzga necesarios para sus fi– nes. ¡Ojalá qúe los hombres de ciencia fueran tan prudentes y circunspectos en sus afirmaciones, como lo es la Iglesia en lo que a misterios y milagros se refiere! Siempre queda a sus órdenes su affmo. y s. s.

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