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76 ,dón.» Así es como pudo ser testigo ocular y tomar parte acti– va en el famoso milagro de la vela. Oigamos éomo nos lo re– fata él mismo.» Terminada su oración durante la cual había tenido la llama de la vela en contacto con su mano y desapa– recida la transformación de su rostro, Bernardeta se dispuso a alejarse de la gruta. La detuve entonces y le mandé que me mostrara su mano izquierda; la que examiné detenidamente no encontrando en toda ella el menor rastro de quemadura. Dirigiéndome entonces a la persona que se había apoderado -0.e la vela le mandé que la volviera a encender y me la diera. Inmediatamente apliqué la vela encendida a la mano izquierda de la niña repetidas veces y ella la retiró muy de prisa excla– mando; «¡Señor, que me. quema!» Y continúa el Dr. Dozous: «El hecho de tener la mano durante más de un cuarto de hora sobre una vela encendida, como la había tenido la niña ante mis ojos cuando miraba extática a la visión, sin que presente ,señales de quemadura ni principios de carbonización, es abso– fatamente «contrario» a las Leyes de la naturaleza.» ¿Que dirán a esto, visto y escrito por uno de sus compañeros, esa nube de señores, que mueven su solemne armazón pontifical cuando oyen hablar de milagros y se sonríen con una sensa– ción de suficiencia tan grande como su incapacidad crónica para todo lo que sea lógica y razón? De sobra me sé yo que no conocemos todavía gran par– te de las fuerzas ocultas de la naturaleza, pero de ahí a decir– me que tal vez en ellas esté la explicación del fenómeno re– putado como milagroso, hay un abismo inadmisible. Tal vez un día la Ciencia, apoyada en la unidad .de la materia, llegue a resolver el famoso problema de la «Piedra filosofal». Tal vez el tiempo dé razón al Dr. Voronoff en lo que se refiere al rejuvenecimiento de los organismos agotados y se consiga re– tardar en mucho la vejez fisiológica; pero no necesito yo co– nocer todas las Matemáticas, ni toda la Física, para afirmar ,que ni la Ciencia ni el tiempo conseguirán jamás resolver ni