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75 puede lo menos;· y pretender. poner límites. a la. potenc;ia de Dios es repetir el ridículo de aquel · De par le Roy defense a Dieu De faire un miracle en ce li_eu, (J) que dicen mandó ponér Lúis XV en el cementerio de S. Me• dardo. No basta suprimir el milagro en nuestro cerebro, en, los libros, eh peroratas ridículas. Es necesario suprimirlo en la historia, en el mundo, en los hechos reales, independientes de nosotros. Me dirá Vd. que el orden y las leyes del Universo son inmutables, absolutas y que el suspenderlas Ímplica la des– trucción de su armonía. Me dirá que si una sola vez se pro– dujera el milagro, destruiríase toda ciencia y haríase imposi– ble toda previsión natural. No exageremos. Ante todo, mi amigo, no hay en el mun– do más leyes absolutas e inmutables que las morales y ma– temáticas, y esto porque se fundan en el Bien y la Verdad,. que de suyo son inmutables como Dios; pero las leyes físicas que rigen el universo son contingentes, puesto que podrían haber sido de otto modo, si Dios hubiera querido. Ni crea que una excepción-y los milagros ~on siempre excepciones-:-anu– len la armonía y la marcha ordinaria de las leyes. Estas siguen produciendo sus efectos. ¿No tenemos en nuestro mismo siste– ma salarlos satélites de Urano y Neptuno, que con gran sorpre– sa de los sabios, mostraron sus mo.vimientos inversos al que si~ guen los demás y que se tenía como ley general? ¿Se rompió por eso la armonía de los .astros o se negó la existencia o la posibilidad del fenómeno? No, los hechos no se discuten, se comprueban y una vez comprobados, se les busca, sin prejui– cios, la explicación. Recuerdo a este propósito que cuando se produjeron los primeros fenómenos de Lourdes, el Dr. Do.-' zous, fué expresamente allí para defender los derechos de la ciencia contra lo que él y sus amigos llamaban «la supersti- (1) Por orden del Rey se prphibe ¡i Dios hacer aquí milagros,

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