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/ 68 tida la existencia y personalidad de Dios, el misterio y el mi– lagro son tan naturales que resulta impertinente el discutirlos, me va a permitir le condense en un solo razonamiento el asun– to de mis dos anteriores, para que Vd. pueda así afianzar me– jor esas ideas. El razonamiento es éste: Si en el Universo hay leyes a que obedecen los fenómenos observados por el hombre, hay necesariamente un legislador, ya que el Universo no ha podi– do imponérselas a sí mismo. Por la misma razón, si hay or– den, hay un Ordenador. Y como toda ley y todo orden supo– ne un fin y todo fin una intención y toda intención una con– ciencia y toda conciencia una persona, síguese que las leyes y el orden, innegables en el Universo, delatan la existencia de un Dios personal, ya que si no es personal no es nada; pe- se a los panteistas de todos los matices. · Y esto bien supuesto, tomemos ahora el misterio ante el cual se levanta toda la bullanguería de los incrédulos, afir– mando que el hombre no debe degradarse hasta el extremo de admitir cosas que no comprende. Desde el momento en que la razón se decide a pensar en Dios, debe suponer que ha de encontrar en El cosas profun– das, inaccesibles para ella, ya que necesitaría, para que así no fuese, comprender a fondo la naturaleza de Dios con todas sus propiedades y sus múltiples manifestaciones, realizadas unas, posibles otras; y esto, mi querido amigo, es un absurdo, como lo es el querer encerrar la inmensidad del océano en la valva de un molusco. ¿No hemos visto que Dios necesaria– mente ha de ser infinito, inmenso, inmaterial; que Dios, por su misma naturaleza de primera causa y primer principio, está sobre el Universo y fuera de esos dos factores de limitación, el tiempo y ei espacio? Pues ¿cómo no ha de haber en El un campo de verdades que transciendan a nuestra razón y a.nte las cuales nuestra pobre inteligencia tan limitada se apague, Como al contacto de la luz se apaga El brillo sin calor de las luciérnagas?

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