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65 lo, sin que por eso podamos comprender en qué consiste es– pecialmente esa personalidad innegable de Dios y mucho más perfecta que la nuestra. Y esto no ~s antropomorfismo, que– rer hacer a Dios semejante a nosotros-que es de .lo que nos acusan panteístas y positivistas-sino habla.r del único modo que podemos. Me dirá que de dónde saco yo estas cosas? Pues las saco sencillamente por analogía, ayudado de esa lógica de sentido común, per6 que en s4 sencillez es peor que una catapulta, ya· que se parece a esa arenilla que se mete entre las grietas de los viejos edificios ideológicos y los derrumba. «La perso– nalidad, como dice mi amigo Deimiles, es el punto más alto de la perfección que la naturaleza ha realizado, es el grado de mayor perfección a que puede aspirar una substancia crea– da.» Y Dios que ha hecho al hombre persona ¿carecerá El de esa perfección? Et que hizo al hombre1ibre y consciente ¿no lo será El? El que hizo el ojo, no verá las barbaridades, las tonterías, la vida asqueante que a veces llevan los hombres? El que hizo el oído ¿no oirá las sandeces, las majaderías y blasfemias que el hombre vomita en sus ridículos pujos de in– dependencia? Ahora comprenderá cuánto más acertado va un niño, quien al preguntarle: ¿Qué es Dios? responde con el Catecismo: «Dios es un espíritu purísimo, ,infinitamente bueno, sabio, po– deroso, principio y fin de todas las cosas; premiador de bue- ' nos y castigador de malos» que no esos filósofos trashuman,– tes, el positivista Taine, por ejemplo, cuando escribe galima– tías como éste: «En la cumbre suprema de las cosas, en lo más alto del eter luminoso e inaccesible se pronuncia el axio– ma eterno Tia prolongada repercusión de está: formula crea– dora compone, por sus inagotables ondulaciones, la inmensi– dad qel Universo.» Y se queda tan orondo, como si hubiera dicho algo. Lo mismo que Ha::ckel cuando afirma en sus «Enigmas», que «todo es obra del acaso por virtud del im– perio universal de la substancia eterna.» Y ¡tan contento!