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62 tarados y anormales que'están al margen de los organismos, bien constituidos. En cuanto a esa turba de seres desapren– sivos que van por ahí jactándose de hacer buenas digestio– nes, a pesar de no creer en Dios, más vale que no hablemos de ellos. Los perros tampoco creen en Dios y hacen bien la di– gestión, pero siquiera tienen el talento de no gloriarse de elio. Sí, mi amigo, Dios es la clave que cierra todos los arcos– Y bóvedas colosales del gran templo del universo y del que los mundos que giran por los espacios son otras tantas pie– dras inmensas unidas por las leyes misteriosas de la atrac– ción. Bajo las arcadas de esa Basílica van pasando los hom– bres, unos puros, nobles, inteligentes, respetuosos, otro& arrastrándose sin dignidad como gusanos de lodazal, asquero– sos, insultantes, con una soberbia ridícula en su miserable pe– queñez; porque ¿qué es el hombre frente al universo sino un átomo invisible que se debate en la red de sus pasiones con la pobre fosforescencia de su cerebro? Si congojoso afán lo ofusca y ciega Y alguna vez, quizás, cuando le asombra La obscura soledad por do navega, No te ve, no te siente, no te nombra; Si en su aflicción te niega, ¿quien te niega? Un átomo, la sombra de una sombra En la inmutable eternidad perdida: Menos que sombra ... ¡el sueño de una vida! Y me pregunta con una sencillez, que me ha hecho tem– blar.. ¿No querría decirme Vd. ¿que es Dios? ¿No querría con– cretarme más esa idea? Yo no puedo conformarme con lo que he leído en Spencer a saber: Que «toda afirmación acerca de: Dios es impertinente, excepto esta: «Es». Creo que cuando et hombre llega a conocer la existencia de una cosa, tiene cier– to derecho a investigar su naturaleza.» Permítame, mi amigo, que le felicite, porque en medio del realismo naturalista de nuestro tiempo en el que bien po-
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