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61 que en su existencia encjerra la razón de todo el Universo con sus causas y suti efectos, con sus fenómenos y sus Leyes. Sin El, todo es obscuro; con El, todo se hace. claro y la Filo– sofía y las ciencias y la vida del ho.mbre pueden desenvolver libremente su actividad sin chocar con ese problema insoluble para la razón, de los orígenes y los destinos. Es el ser,~per– mítame que se lo repita-que no necesita del hombre para .e:idsti.r y está por lo tanto muy por encima de lo que nosotros podamos afirmar o negar, de modo que la mejor contestación a la sandez de Vacherot afirmando que el día en que desapa– rezca el hombre desaparecerá Dios, son aquellos versos de Núñez de Arce: «Si chocaran haciéndose pedazos los astros en horrible desconcierto. Si rotos ¡hay! de la atracción los lazos se desquiciara el Universo yerto. Si quedara a impulsos de tus brazos el espacio sin fin mudo y desierto y el tiempo. con sus noches y sus días dejara de existir ¡Tú existirías! Por otro lado, mi querido amigo, cuando el grito unánime de ta humanidad llega hasta nosotros afirmando la existencia de Dios con toda la aristocracia del pensamiento a la cabeza; cuando con eljudaismo, el Cristianismo y Mahometismo, las tres grandes religiones deístas, recordamos el altar al «Dios .desconocido» que tenían los Griegos en Atenas y el «Pan– theon» donde los Romanos coleccionaban todos los dioses de los pueblos conquistados, y el Panteísmo en que cayeron los grandes pensadores del paganismo y el .exuberante Fetichis– mo de los pueblos que no han entrado todavía en las corrien– tes de la civilización: ¿qué nos pueden importar unos cuantos hombres que no crean en El? También hay ciegos en la hu• manidad y sin embargo nadie dirá que ellos son los super– hombres y las cumbres del género humano, sino pobres seres

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