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56 el Universo, y a pesar de los estudios de Easton y Schiapa– relli, no sabe todavía ni siquiera la forma que tiene ese con– junto de materia cósmica diseminada por el espacio, y nos encontramos en cmanto a ésto, en el mismo sitio que cuando Milton escribía su «Paraíso Perdido)) y nos pintaba. a Sa– tanás arrojándose en busca de la tierra por el espacio «undetermined square or round. » (1) Pues bien, mi querido amigo. El orden más estupendo reina en esa polvareda de mundos. Nuestro sol con toda su familia gira en derredor de la estrella Vega. Esta, con más de veinte millones de sistemas solares, gira en derredor de Al– ción, centro colocado a 192 años de luz; y Alción con todo su formidable cortejo de mundos se mueve en derredor de otro · centro desconocido todavía para la ciencia; y así, todo el Uni– verso forma una uní.dad fantástica en la que a velocidades vertiginosas van describiendo los astros elipses, circunferen– cias, espirales, parábolas, sin choque ni estorbos, con un or– den, una armonía y una precisión, que llenan de estupor a matemáticos y astrónomos. ~ .. Dígame, mi querido amigo, si todo eso no está pidiendo a gritos una inteligencia soberana, que ha sabido realizar una obra de mecánica tan admirable. No me hable del acaso, ni de nebulosas, ni de sistemas cerrados, ni <le combinaciones atómicas. No quiera resucitar en pleno siglo 20 el atomismo de Epicuro, porque toda esa palabrería no resuelve la cues– tión del origen y del orden. El orden supone siempre un fin y el fin es algo ideal, algo futuro, que sólo puede existir en un ser inteligente. Ya lo decía Napoleón a sus generales: «Creeis en mi genio, porque veis mis victorias. Yo creo en Dios, por– que veo los astros, ¿Qué significa mi mejor maniobra militar ante el ordenado movimiento de ese ejército de mundos, que (1) Que no se sabe si es redondo o cuadrado,

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