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55 necesario» que busc1:1mos. Si lo segundo, me volveré a pre– guntar. Si existe por otro, este otro ¿por quién existe? Y cae– remos fatalmente en el cfrculo vidoso .del huevo y la gallina, uno de los cuales ha tenido que ser el primero. De modo que necesariamente hemos.de llegar a un Ser que es principio sin principio y causl:) sin causa. Llámelo V. como quiera; yo le lla~ mo Dios y reconozco en El, «La gloria de Colui chi tutto muove>> (1) o como dice San Juan de la Cruz: «Stt origen no lo sé, pues no lo tiene; Mas sé que todo origen de Ella viene.» Esto, n1i querido amigo, esrnzón, es filosofía.sendlfa, de sentido común; la única filosofía sana, equilibrada, Sin dfva~ gaciones, ni sofismas. · · Tenemos otro argumento, Vd. convendrá conmigo en que donde hay orden, hay una causa que lo produce y que por lo mismo, excluye la «casualidad.» Tengo sobre mi mesa un libro en cuya cubierta gris se lee: «Mis meditaciones» título que conviene perfectamente ton el contenido del libro .. ¿Ad, mitiría Vd. por un solo momento el que de los l.307 millones de maneras en que se pueden combinar esas 15 letras, ha sido el acaso, la casualidad, quien las ha colocado del único modo que expresan la idea del contenido de la obra ..? No. Tene, mos la certeza moral absoluta de que en su colocación ha ac– tuado una inteligencia ordenadora. Levante ahora sus ojos al cielo donde millones de mundos gigantescos, de volúmenes y masas inconcebibles, l;)ogan a velocidades atérradoras, sepa– rados por distancias que hay que medirlas por afíos de luz, que es el metro de tos astrónomos. (Recuerde que la foz reco– rre 300.000 kil6metros por segundo y que la luz del sol no ne~ cesita más que 8 minutos para llegar a la tierra). La ciencia con ·sus énon11es ecuatorhdes y sus monstruosos telescopios no ha podido determinar el número de mundos que componen (1) La gloria de aquel que todo lo mueve;
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