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CARTA SÉPTIMA ¿Pero existe Dios? UY Sr. mío y amigo: Por fin entra Vd. en la cues– tión que tanto he deseado, ya que es la única base ·"'~'"ra=~,.,.,_.,_ sólida de todo' nuestro edificio religioso. Siempre J1e creído que el primer problema que debe resolver el hom– bre, que aspira a conocer el significado y orientación de su ·vida, es el de investigar si Dios existe, y si existe, buscarlo ,con sincerida.d. Ya lo dijo Pascal en sus «Pens&mientos»: «No hay más que dos clases de hombres razonables: los que aman a Dios, porque Jo conocen y los que lo buscan, porque no lo conocen.» «Dios» ¡Qué palabra tan sencilla, mi amigo, y no obstan– ie, qué abismos de ideas y de consecuencias teóricas y prác• ticas se ocultan bajo esas cuatro letras! Todos los grandes .Pensadores se han detenido ante ella con respeto y le han rendido el tributo de su meditación. Sin embargo, me dice Vd. en la suya ... «Menos feliz que mi amigo, confieso que para mí no es evidente la existencia de Dios. Cuantas veces he querido resolver esta cuestión, que por otro lado me atrae, porque presiento en ella el punto de apoyo de una filosofía reguladora de la vida, he tenido que abandonarla, sin llegar a una conclusión. Porque ¿qué es Dios? ¿Es la materia que evoluciona sin fin ni principio en un círculo cerrado de composiciones y des– composiciones, cuyo mecanismo escapa a nuestra inteligen– cia? ¿Es tal vez la energía que la vivifica y la mueve, mani– festándose en mil formas diferentes? ¿No será el Universo un

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