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41 por la razón. La fe no es irraciqnal. Por eso es mucho más difícil no creer que creer. . Por otra parte, la misma realidad de la vida se encarga de despojar al hombre de la máscara de incredulidad con que se cubre. Cuando se es joven y la salud abunda y la fortuna y el amor sonríen, haciendo que nuestra vida se deslice, sin sobre– saltos, como una góndola sobre las aguas dormidas de un la– go, el hombre no siente la necesidad de creer, porque todo va bien; pero cuando él escenario cambia y sentimos en pleno corazón el latigazo del dolor; cuando por ejemplo, la muerte nos arrebata un ser querido, tal vez elúnico que teníamos, una madre, una esposa, un hijo; cuando la fortuna desapare- . ce, sumiéndonos en la vergüenza y la miseria; cuando la ba– ba corrosiva de la calumnia mancha nuestro honor; en fin, cuando por una causa cualquiera, más fuerte que nosotros, nos sentimo.s anonadados, ¡ah! entonces es cuando el hombre se olvida de todo lo postizo y levanta instintivamente sus ojos al cielo en busca de ese algo que se cierne sobre noso– tros y bajo el cual vamos siempre a cobijarnos, cuando tos grandes dolores de la vida nos hacen sentir. la pequeñez de lo que somos y la impotencia de nuestro orgullo. Es lo que de– cía Musset: «Malgre nous 1 vers le ciel il faut lever les yeux. » (1) es lo mismo que dice Byron: ., «Bo.und to the hearth, he lifts his eye to heaven.» (2) ¡A cuántos he visto, mi qúerido amigo, a quienes el do– lor ha vuelto al Di.os que desconocían y a la fe que habían ol– vidado! De todo lo cual podrá Vd. deducir, que el hombre, desde cualquier punto de vista que se 1.e considere, está pidiendo a gritos la fe y sobre todo la fe religiosa; y que privarlo de ella (1) Sin darnos cúenta, los ojos se nos van al cielo. (2) Atado a la tierra, clava en el cielo su mirada.

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