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36 conducta, y por el contrario, creyentes cuyo nivel moral deja mucho que desear?» Dejando a un lado, mi querido amigo, la contestación a ésta última pregunta, ya que se refiere a un hecho particular que obedece a causas, que nada tienen que ver con la fe, la cuestión que Vd. remueve es la de si el hombre necesita o no creer, y a ello voy a responder, no sin antes aclarar el error en que se encuentra. Es verdad que la incredulidad, según como se la mire, es una negación. Consiste, como Vd. dice, en no creer. Pero no me negará, que, aparte de la influencia enorme que las ideas, sean positivas o negativas, tienen en la vida del hom• bre, sucede muchas veces, que a un concepto negativo de nuestra inteligencia, corresponde fuera de nosotros una reali– dad muy positiva. Sabe Vd. muy bien que el frío, la obscuri– dad, el reposo, son científicamente conceptos negativos. Ima– gínese sin embargo a la tierra sumergida cinco años en la obs– curidad y a 20° bajo cero y dígame si serían positivas y reales las transformaciones que se operarían en su superficie. Vería Vd. cómo desaparecería toda vida y cómo la rica vegetación de los trópicos no llegaba siquiera a los líquenes y musgos de los ventisqueros de los Alpes. Detengamos, veinticuatro horas tan solo, la marcha de los astros y verá cómo se rompe el equi– librio cósmico y saltan los mundos hechos pedazos. Y ¿no re– cuerda Vd. ya, que tanto en gramática como en matemáticas, la unión de dos negaciones afirman y tienen consecuencias positivas? Pues por aquí podrá Vd. deducir lo que sucede en el individuo y en la sociedad cuando en ellos arraiga esa ne– gación de la incredulidad, que afecta a la parte más delicada de nuestro ser, la inteligencia, éuya misión es iluminar con la verdad los caminos de la vida. ¿Que si el hombre necesita de la fe? Pues ya lo creo, mi querido amigo, y tanto, que sin ella no puede vivir. No voy a hablarle de la necesidad que de ella tenemos para llegar a nuestro último fin, ya que sólo el preguntar si es necesaria