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1 11 CARTA QUINTA Sin fe no puede vivir el horttbre 1, 1 UY sefíor.mío y amigo: Rázón tie~e Vd. al afirmar en la suya que vamos «desbrozatjdo el camino,» ·ya ~~~ que en asunto de tanta importanci~a como es el de la fe, lo único que puede hacer nuestra pobre razón es quitar obstáculos, desenmascarar sofismas y demostrar los motivos de credibilidad, o sea, las razones que tenemos para creer. Me alegro, pues, de que mi anterior haya, servido para des, cubrirlé las guaridas donde se incuba y parapeta toda esa tur– ba de incrédulos, que, salvo raras excepciones, ocultan bajo capa de reyes, ignorancias, vicios yatrevimiehtos de villanos. Y como fos conozco muy bien y sé que no hemos de conse– guir modificar su tris.te idiosincrasia, porque la incredulidad moderna, más que en la cabeza, tiene sus rafees en el corazón, vamos a seguir nuestro q1mino, recordando aquel adagio ára– be, que no lo aplico a los que como Vd. buscan sinceramente la verdad, sino a los otros: «Mientras ladran los perros, si– ga la caravana.» « Voy dándome cuenta-me dice-de que la fe es algo más seriq de lo que yo pensaba. Una idea sin embargo se me ocurre. Si la incredulidad es una negación, puestq que con– siste en no creer ciertas cosas que no comprendemos y otras ·. que nos parecen irrazonables, ¿qué consecuencias puede tener en la vida del hombre? ¿Es que el hombre y la sociedad nece– sitan de la fe para progresar y ser lo que deben se~? ¿No vemos por ventura incrédulos perfectamente correctos en su 4
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