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32 como bolas de billar. ¿Qué les importa a ellos ni qué signifi-· can los veinte siglos de cristianismo con sus millones de Már– tires, de Santos y Doctores, que han predicado con su san– gre, su vida y su doctrina la ideareligiosa? ¿Qué les importa lo que después de largos y profundos estudios han creído y enseñado aquellos cerebros gigantes, verdaderas antorchas del pensamiento, como Orígenes, Tertuliano, Agustín y To– más de Aquino? Qué significa para ellos lo que escribieron hombres como Bossuet y Fenelón y Balmes y Pascal y tbda esa lista de creadores de ciencias, que al mismo tiempo que sabían robar a la naturaleza sus secretos y sus leyes, sabían también inclinar su cabeza y doblar la rodilla ante Dios y su Iglesia? Para negarlo todo y reirse de todo, les basta sentar– se unos cuantos ante la mesa de un café, sin darse cuentl:l de que no son más que furgones de cola, ridículos adalides de sobremesa. Sin embargo, uno que no los conozca, al oir el énfasis con que hablan y la seguridad con que manotean, tie– ne ganas de repetir aquello de Ya se salen de Castilla castellanos de gran saña. Van a derribar los muros de la vieja Calatrava. Créame, mi amigo, que es una honra para nosotros el te– ner semejantes enemigos, que hacen el vacío de su inteligen– cia, no como Descartes, para reconstruír, sino para quedarse huecos como la cabeza de la fábula. Y cuanto más huecos, más ruido. Como los tambores. En fin, menguado fruto de los tiempos que no pueden aspirar a otra gloria que a la que los destina Espronceda cuando di.ce: « Y espero que mi busto adorne un día algún salón de café o peluquería.» Me cargan de veras esos individuos que se han creído que con cuatro chistes se resuelve un problema, que ha preocupa-

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