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29 librito que se lanza al comercio y donde los héroes nos cuen– tan con pelos y señales su fatigosa subida a las cumbres.» Pues, mi querido amigo, siento mucho el tener que ratÍfi– car lo dicho en mi anterior; porque pretender que se han leído a fondo esas y otras obras tan en boga entre nuestros. intelec– tuales y no haberse dado cuenta de los sofismas que encie– rran y de la vaciedad de las frases con que revisten conceptos .que no responden a ninguna reaLdad objetiva y que a fuerza <le ser obscuros parecen profundos, es demostrar hasta la evi– <lencia la pobreza intelectual que se pósee, ya que tan entu– siasmados se quedan con esa filosofía de saltimbanquis, que tanto asco produjo a Papini. El ha visto lo que Vds. no vie~ ron y por éso lo conceptúo superior. Frente a todos esos ído– los y adoradores está bien recordar aque11;:i. frase &angrienta . pero exacta de Boileau: · « Un sot trouve toujours un plus sot qui I' admire.» En.cuantq al reparo que hace a mi argumento tiene usted en parte razón. Un hombre, mientras vive, no puede ser ar– gumento de nada por su enorme volubilidad. No hay como los años para comprender la verdad de aquella frase de la Biblia. «¡Maldito el que confía en el hombre!» Pero ésto no quita para que el caso de Papini, haciendo abstracción de su perso– na, sea un argumento. Los ataqt.es de mañana no debilitarán fas razones de hoy y si éso sucediera, siempre podríal)1os de– cir que su conversión fué un momento de lucidez entre dos locuras. Y resueltos así sus reparos, entro en materia. Fácil es de comprender, mi querido amigo, que no es muy numero5,a esta _clase de incrédulos intelectuales, ya que no son muchos los hombres que llevan una vida intelectual inten– sa y se preocupan de los grandes problemas humanos. Es sin comparación mayor la de aquellos a quienes no es precisa– mente la razón ni la fe lo que es:orba, sino el corazón, la ino– ral, de modo que la suya es una incredulidad forzada, aparen-
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