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26 no repetir la hazafia de Erostrato, quien para llamar la atención quemó el templo de Diana, pues no hay duda que ante la tur– ba de analfabetos viste mucho éso de gritar «¡Mientes!» ante la fe de sesenta siglos. Y Vd. sabe que Por esa conveniencia los hay el día de hoy en toda .ciencia, que ocupan igualmente acreditados cátedras, academias y tablados, que diría Iriarte. No voy, mi querido amigo, a rebatir esas aberraciones, que sufren muchos hombres de estudio, creyendo que la filo– sofía y la teología se manejan lo mismo que el microscopio, las recetas o el bisturí, pues no hago sino enumerar las fuen– tes de la incredulidad moderna; pero no puedo menos de re– cordar a Vd. un ejemplo reciente, que no ha de poder recha– zar y que demuestra cómo esa incredulidad intelectual no es otra cosa sino una falta de criterio científico, una incapacidad de digerir esas ideas que los hacen víctimas de mirages y es– pejismos filosóficos. ¿Recuerda Vd. la conversión del célebre Papini, de que le hablé en mi anterior? Es uno de los muchos casos del movi– miento hacia el cristianismo integral de que también le habla– ba. Ahí tiene Vd. un hombre «ateo, hijo de ateo, bautizado a escondidas y criado sin prédicas, ni misas», como nos cuenta él mismo en su obra « Un uomo finito». Filósofo y literato a la vez, de él se ha dicho que no hay zona del pensamiento que no haya intentado escudrifiar. Ha pasado gran parte de su vi– da estudiando a fondo todos los sistemas filosóficos y todas las religiones. Hay que leer su «Crepúsculo de los filóso– fos» para ver con qué saña, con qué desprecio, con qué len– guaje áspero y agresivo arroja de sus falsos pedestales, sos– tenidos por sofismas y prejuicios, a todos esos ídolos de los marcados filosóficos, que gracias a la superficialidad e incons– ciencia de

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