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24 Delicada tarea-, amigo mío, la que V d. me impone; porque ~quién será capaz de conocer todas las guaridas que esconde el corazón humano, siempre misterioso como el mirar de la esfinge? Tarea más fácil es investigar las fuentes del Nilo o del Amazonas, que sorprender el origen de donde brotan las negaciones del incrédulo. Voy sin embargo a intentarlo. Dejando a un lado los muchos grados de incredulidad que existen, desde la incredulidad absoluta, que rechaza todo el orden sobrenatural, es decir, la existencia de Dios con todas sus consecuencias teóricas y prácticas, hasta la parcial que, aunque sea un absurdo dada la íntima trabazón que existe en– tre las verdades de fe, niega algún dogma aislado y, suponien– do conocido el que los incrédulos, de cualquier grado que sean, convienen todos en vivir en un olvido completo de sus debe– res religiosos, fenómeno muy significativo en el asunto que vamos a tratar, yo descubro cuatro fuentes principales de la incredulidad moderna, la primera de las cuales paso a expo– nerle en esta carta. Es el orgullo racionalista de la inteligencia. Hay en efecto un corto número de incrédulos, que podríamos llamar «intelectuales» porser todos ellos hombres de estudio, amigos de lectura, como Profesores, Médicos, Abogados, Periodis– tas, etc., quienes, preocupados por el problema religioso, han hecho algunas escursiones en los campos de la Filosofía. Co– nocen las afirmaciones krausistas y hegelianas; han leído a Kant en su doble crítica de la razón; han tratado de cerca a · los aristócratas del panteísmo, Vacherot y Espinosa, sin des– deñarse de trabar alguna y más que alguna conversación con los defensores del materialismo Buchner, Hreckel y La Meí– trie; no ignoran las doctrinas del agnosticismo positivista de Comte, Spencer y Huxley, grandes catalogadores de fenóme– nos y ni siquiera se han olvidado de Niestzke con su profético «Also sprack Zarathustraj), de ni;Schópenhauer, el jefe del pesimismo alemán; y cargados con este híbrido bagaje de doc– trinas, que sea dicho de paso, no arraigan sino en espíritus
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