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21 fin de que vaya leyendo algo que valga la pena. Y ésto sin contar la ignorancia religiosa en qr;e todos Vdes. se encuen– tran y que los incapacita para rebatir con decoro una Religión que ño conocen, o que a lo menos han olvidado. Convénzase, pues, mi amigo, de que no hay un solo.>des– cubrimiento científico del que pueda valerse un hombre leal como arma contra la Religión. Y digo un hombre leal, porque la lealtad es precisamente lo que falta entre los incrédulos. Ejemplo ese mismo E. Haeckel, cuyo monismo tanto a Vd. le entusiasma, el hombre más pedante y más cínico que yo he encontrado en el campo de la filosofía científica y de cuyo li– bro «Los Enigmas del Universo» que Vd. me cita, ha dicho el Prof. Paulsen, Decano de la Facultad de ciencias de Ber– lín: «Lo he leido ton asco y lo que ¡uás me avergüenza es que ese libro haya salido de nuestras Universidades'.» Ese mismo Haeckel, mientras se atreve a afirmar rotundamente que con su Monismo ha enterrado los tres dogmas fundamentales de la Religión, Dios, la inmortalidad y la libertad, se entretenía muy tranquilo en falsificar clichés, afíadiendo en ellos lo que ie con– venía, barrando lo que le estorbaba, cambiándo los. unos por otros, a fin de demostrar lo que tenía metido en su cabeza y cuando se descubrió su falta de moralidad científica y se le emplazó, en pública conferencia, a que contestara, se hizo el' sueco y siguió paseando, como si tal cosa no hubiera pasado, su solemne armazón de orgulloso y de ignorante, que es la: combinación más ridícula y nauseabundá qúe conozco. Y ahora, antes de contestar a su pregunta, voy a cOpiar al– guno de los párrafos de su carta. Dice así: «Es verdad, Reve;. rendo P., que su carta me ha impresionado hondamente de– jándome en itna posición difícil ante Vd., sin saber qué con– testar a ese argumento de tanto sabio como me cita, cuyos nombres aprendí a venerar desde. nifío, pero cuyas ideas al respecto ignoraba por completo. Sin embargo ¿no le parece extrafío el que, a pesar de todo éso, existan y hayan existido siempre incrédulos, no solo entre fos intelectuales, sino en to-

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