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CARTA TERCERA Incrédulos intelectuales UY señor mío y amigo: Por la suya, que acabo de reci– . bir en este momento, me doy cuenta del efecto que mi ""-"~'·a::,;,.,=-"- carta ha producido en su espíritu, al vislumbrar el so– fisma tras el cual se parapetan los que, como Vd., pretenden pro– fesar una incredulidad razonada. Sí, mi amigo, me lo esperaba. El argumento de «facto ad posse» que decimos los filósofos viejos, es siempre de una fuerza aplastante, por la sencilla ra– zón de que el movimiento se demuestra andando. De sobra me sé yo que ésto es una perogrullada, pero convénzase de que hay muchos que ni siquiera estas perogrulladas comprenden. Bas– taría en efecto, la existencia de un solo sabio creyente para demostrar que la fe no es incompatible con la ciencia y que por lo tanto, ésta no probará jamás con ninguna ciase de ar– gumentos, ni lo irracional de nuestras creencias, ni lafalsedad de nuestros dogmas. Ya el gran Newton, aquel hombre que admiró al mundo con sus descubrimientos científicos, escribía a su amigo Arnauld: «He leído todas las objeciones contra la religión y he escuchado con curiosidad 11 todos los librepensa– dores y te he de decir que lejos de quebrantar mi fe, no han ht!cho sino confirmarla». Por donde comprenderá Vd. que los que esa oposición defienden, ni han sentido la fe, ni han pro– fundizado la ciencia y con todo el ruido que meten, no hacen sino ocultar la vaciedad de sus cerebrosJras las bambalinas de una filosofía barata, que ya Brunetiére se tol!)ó el trabajo de clavar en la picota del ridículo con su famoso libro «La ban– carrota de fa ciencia», que se lo recomiendo eficazmente, a

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