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16 nuestra razón y de la imperfección de la ciencia es esa misma movilidad y desasosiego. La fe ni se mueve ni progresa, por– que está en posesión de la verdad, que de suyo es inamovi– ble y eterna, ya que viene «Dal sereno che non si turba mai» (1) es decir, de Dios; siendo esta estabilidad de nuestras creen– cias religiosas, en medio del cambiar continuo de sistemas fi– losóficos y de teorías científicas, lo que ha hecho mudar de vida a muchas almas pensadoras, como a G. Papini, el últi– mo de los conversos italianos, del que sin duda habrá oído hablar, al menos por su originai «Historia de Cristo.» Pero lo que sobre todo me sulfura y me harta, es ese énfa– sis y esa prosopopeya con que Vdes. afirman que la incredu– lidad es la característica de la ciencia y de los sabios y que el progreso de los pueblos va realizándose al margen d(;I la Igle– sia, todo lo cual supone una ignorancia vergonzosa de la His– toria o una mala fe, más vergonzosa todavía. ¿Por qué no leen Vds. la obra de Zanh «Gtencia católica y sabios católicos» o la famosisima de Denner, a cuya aparición callaron y se zambulleron en la charca las ranas croadoras de la Enciclope– dia y se convencerían de que los únicos que están perfecta– mente solos y de espaldas a la realidad, son los incrédulos? Todos los grandes creadores de ciencias han sido creyentes. No voy a copiar la aplastante lista, pero ¿puede Vd. negar el valor científico de Leibnitz, creador del cálculo infinitesimal~ de Newton, descubridor de la misteriosa ley de la gravitación de los astros; de Cauchy, gigante de las matemáticas, que llevaba en uno de sus bolsillos la «Imitación de Cristo» y en el otro la «Mecánica analítica de Lagrange" y que dejó escri– tas estas palabras: «Mis creencias no son fruto de preocu– paciones infantiles, sino de una profunda meditación. Las verdades religiosas en que creo son más incontesta- (l) Del Tranquilo, que nunca se inmuta.

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