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14 guro; pero, si hubiéramos tratado antes esa cuestión fundamen– tal, como yo lo esperaba, podría ahora demostrarle hasta la evidencia, cómo siendo el objeto de la fe «Dios hablando» y el de la Ciencia «Dios creando», no puede haber oposición alguna entre la palabra y la obra de Dios. Podría hacerle ver cómo la razón y la fe son dos focos luminosos, que tienen el mismo origen y están destinados al mismo fin de iluminar ver– dades y que por lo tanto, no pueden ser incompatibles, como no pueden serlo, ni dos luces, ni dos verdades. La verdad nada tiene que temer de la verdad. Y la ciencia es la verdad y la fe es la verdad. Y comprendería Vd. entonces que la única dife– rencia que entre la razón y la fe existe, es una diferencia de potencia iluminativa, algo así como la que existe entre los po– tentes telescopios y los humildes gemelos de teatro. ¡Sería humorístico proclamar los conflictos entre los anteojos de un miope y las ecuatoriales de Gautier! Entonces se daría cuen– ta de cómo la fe no hace sino ampliar el campo de visión de nuestra inteligencia, ya que, como dice Portalis: «La fe ocu– pa el lugar que la razón deja vacío» y deduciría en consecuen– cia, que en vez de ser la fe una humillación, o una tiranía de la razón, es su más hermoso complemento, ya que por ella en– contramos solución a problemas insofobles para la ciencia, co– mo son todos los problemas de los orígenes y adquirimos co– nocimientos en que jamás hubiéramos soñado. Aparte de que mediante la fe el hombre se pone en contacto con un .mundo suprasensible de ideas y de afectos del que cantó admirable- mente San Juan de la Cruz: . El que allí llega de vero de sí mismo desfallece. Cuanto sabía primero mucho bajo le parece, y su ciencia tanto crece, que se queda no sabiendo ,toda ciencia transcendiendo.

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