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13 mos; al perfeccionar la industria los instrumentos de visión, haciendo que el hombre pudiera acercarse a los astros y avi– zorar el mundo de lo infinitamente pequeño; en una palabra, cuando las ciencias despliegan sus conquistas, como abanico fantástico, ante la admiración de. los estudiosos, es entonces cuando los advenedizos, los parásitos, creyeron tener en sus manos la llave de todos los misterios y echándoselas de fil◊· sofos, proclamaron que al hombre le bastaba la ciencia, la ra– zón, y que todo eso de Dios, de Religión y de fe estaba de sobra en el mundo y para perpetuar la inmensa vaciedad de sus cerebros, compusieron la célebre «Enciclopedia» que es la charca, a donde han ido a beber sus sofismas todos los in– crédulos y todos los revolucionarios. Y la Enciclopedia está mandada retirar entre la gente seria hace ya mucha tiempo. Yo que admiro como el que .más, todas las conquistas y todos los progresos de las ciencias, me pregunto; pero ¿hubo motivo para tanto ruido y tanta algazara y sobre todo para establecer ese divorcio absoluto entre la razón, instrumento de la ciencia, y la fe? ¿Entre la Iglesia que actúa sobra las al– mas y el progreso que actúa sobre la materia? No, mi amigo. Aquello fué una borrachera de primera hora que fué pasando poco a poco en los cerebros bien organizado.s, hasta dejar las cosas donde debían estar, sobre todo cuando se vió que el pueblo, con ese instinto que tiene de la realidad, no supo re– presentar mejor al nuevo Dios que le ofrecían, que con una mujerzuela de arrabal, .carne de cabaret, a quien colocaron so– bre el altar de la Iglesia de Nuestra Sefíora, llamándola «la diosa razón.» Epílogo vergonzoso que debió sonrojar a más de un sabio. Pero en fin a tales adoradores, tales dioses. Me querrá decir, mi buen amigo, ¿qué oposición, qué argumentos serios, qué hechos concretos, bien observados y experimentados, se aducen para demostrar esa incompatibili– dad entre la razón y la fe? Le desafío a que me presente uno solo, que no haya sido refutado cien veces. Yo no sé clara– ramente todavía qué idea tiene Vd. de Dios, aunque me lo fi-

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