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12 :zón y la fe, con que Vds. los intelectuales quieren justificar su Jncredulidad, esperando que para cuando reciba mi carta, se 1e habrá pasado la exaltación nerviosa con que me escribe. Pero antes he de rogarle vuelva a leerla para que no me haga decir cosas, que estoy muy lejos de pensar. Amo la ciencia y admiro a los sabios como el que más; pero no transijo con los charlatanes y los pedantes, con los que, deformando los con– ceptos de Fe y Ciencia, les dan proporciones que no tienen o les atribuyen afirmaciones que no hacen, produciendo así una serie de conflictos aparentes, que solo existen de paertas .adentro, es decir, en sus pobres cerebros, obscurecidos por la ignorancia y las pasiones religiosas. * * * Ante todo, mi buen amigo, Vd. no vive en la realidad; no sigue el movimiento producido de veinte años a esta parte en los espíritus que saben filosofar sobre las doctrinas y los acon– ·tecimientos. La lista de los que abandonan sus viejas ideas, para refugiarse en un idealismo más que deista, cristiano, es ya larga y la literatura a este respecto abunda en las libre– rías. (l) Hoy, todo éso de los conflictos entre la Religión y la ciencia, ha pasado ya de moda y sólo se ocupan de ello los atrasados y las medianías. De mbdo que no está Vd. muy siglo XX que se diga, sino que vive bajo la impresión del XVIII y parte del XIX, que es cuando las ciencias empiezan a mostrar sus cuerpos arregladitos, alborotando a los sabios de segundo orden. Porque es entonces, al descubrir Lavoissier las prime– ras leyes químicas y la Física sus síntesis matemáticas y Cu– vier sus primeros fósiles; al sorprender el significado de las capas geológicas y la existencia de las células en los organis- (1) Me permito citar para los que lo deseen, entre otras muchas, la «Colección Saulo {de grandes convertidos) publicada por la Editorial Volun– tad», y entre los cuales se encuentra Ernesto Psichari, nieto de Renán, que se convierte al catolicismo y muere durante la gran guerra, apretando en– tre sus manos la cruz de un Rosario.