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228 Pocas fuerzas me ha dejado el ajetreo de la vida, pero ¡vive Dios! que quisiera emplearlas, pocas o muchas, en ha– cer que algún alma ame to que yo amo y crea lo que yo creo, y así, en este trabajo, morir, como dicen que murió Pizarro, haciendo en el suelo una cruz con las últimas gotas de mi sangre y besándola con mi último aliento. A los que quieren creer, a los que buscan la verdad con sinceridad, a los espíritus rectos que trabajan por deshacerse de los prejuicios y la desorientación que saturan el ambiente de este inmenso manicomio de dementes en que vivimos, toda mi compasión, mi amor y mi ayuda. Pero a los que no buscan la verdad, sino que la temen y la huyen; a los que con una desaprension, llena de la inconsciencia y de cinismo, no tienen siqajera la educación de respetar las creencias de los demás; a los que se burlan y se ríen empleando armas de mala ley, como el chiste, el ridículo, el sofisma, la mentira, y la calum– nia, bajando a un nivel al que no pueden bajar las personas decentes que saben respetar su dignidad; a toda esa nube de pedantes sin instrucción, les dirijo los versos de F. de Ugar– teche que cité al principio: Sobre el bridón, calada la visera, Os aguardo. Lanzad vuestros bridones. Si no embestís, aquí y donde quiera, Os llamaré cobardes y follones.
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