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226 ,relojero! Decididamente yo no era lo bastante bruto para ser ateo. Había Dios. Tal pensé y así se lo dije UtJ día a uno de mis amigos más íntimos, quizá mi único amigo creyente, que hubo c<le hablarme de misterios, de dogmas, etcétera, etcétera ¡Ah, no, no! Yo quería una religión científica, de hombres cultos, incapaces de admitir lo que no se puede razonar y explicar. Y busqué con la ciencia ultramoderna «mi» religión con un entusiasmo grande, perseverante, Tremendo fracaso! La Cien– cia, ¡ay!, me conducía a un laberinto de hipótesis o de hechos, que tampoco se podían razonar. ¡Qué .desengaño, qué desilusión! Entonces fué cuando razoné mi vuelta a la lejana y balbu– ,ciente fe que perdí, diciéndome a mí mismo: «La inteligencia humana es limitada, es finita, y el absurdo consiste en pretender ,que se iguale con la inteligencia infinita de Dios. O sea, que ,esos misterios insondab-les no contradicen a la razón, sino que están «sobre ella», más allá, más altos». Mi alma, a pesar de esto aún seguía torturada por la duda. Me era aún preciso un .esfuerzo, el necesario para «querer» abrazar la verdad que conocía, puesto que sólo conocerla no basta. Y lo hice, reali– cé ese esfuerzo supremo, el úlfirtJo, venciendo el orgullo de creerme un espíritu superior, pleno de soberbia y de egola– tría. Por fin, en cierta ocasión entré una tarde, y casi sin dar– me cuenta, en una iglesia de barrio. No había casi nadie en ,el oscuro y pequeño templo. Recordé a medias una oración de la infancia, la balbucí frente a un Cristo agonizante y lívido, {!Ue con los brazos abiertos parecía decirme dulcemente: «Acercate, hijo mío. Te reconozco». Eres «aquel» de la pri– mera comunión ... , ahora con canas y algunas arrugas. Acér– -cate, hijo, y no huyas de Mí, que estoy deseando poderte per– donar y salvar. Arrodillate y ámame.» Caí de rodillas ante el Crucificado, recé y ... lloré. Al le– vantarme, me sentí otro hombre, y ... lo sigo siendo. ¡De esa ,manera se pierde la fe y a veces, por la misericordia de Dios, :se recupera!
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