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224 ¡ Dichoso el corazón que peregrino En recto caminar llegó a la cumbre, Y dichosos los guías que acertaron A iluminar el áspera subida De la fe, con los vivos resplandores. No quiero, sin embargo, despedirme de Vd; y cerrar es– ta primera serie de cartas, sin resumir cuanto le he dicho, no con palabras propias, que esto sería repetirme de un modo enojoso, sino con un enjundioso articulito de costumbres, bro– tado del espíritu observador y psicológico del conocido Cu– rro Vargas. Titulado como titulo mis cartas, hemos coincidido también en la apreciaciófl del origen de muchos de nuestros flamantes incrédulos. Dice así... ,,UNO DE TANTOS... (1) -De modo que usted... -Fuí educado, como la mayoría, en los' principios del ca- tolicismo, pero esa educación religiosa también fué, como en la mayoría, harto superficial. A mi padre no le oí hablar nunca de la Religión, sino de negocios, de proyectos y de otras mil cosas semejantes. Mi madre sí me enseñó a rezar__y a ir a misa los domingos y días de precepto, pero en realidad como una costum1ire, como una tradición. Y claro, a los quince años «pensé en hombre de mi tiempo», que esas «cosas» de la Religión eran puerilidades, antiguallas, pura rutina, sin contenido alguno... La ignoran– cia de fa Religión (lo que sabía de ella era bien poco) y las pasiones más tarde, secaron el débil brote de mi fe, de la cual quedó apenas un recuerdo borroso ... Y entonces hice lo que (!) He de agradecer muy de veras a Curro Vargas el permiso que me dió para insertar en mis cartas este jugoso articulo, aparecido en «El Debate» del 15 de abril de 1930. La coincidencia del titulo y del contenido llamaron mi atención, tanto más, cuanto el culto Abogado que se esconde tras dicho pseudóúimo, ignoraba el trabajo que yo iba publicando en nues– tra Revista «Verdad y C,,aridad•.

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