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CARTA VEINTINUEVE Termina la primera serie de cartas UY señor mío y amigo: Comprendo perfectamente que, después de haberle puesto ante los ojos los fuer~ tes argumentos que militan en favor del Cristianismo, demostrando ser ella la única religión verdadera que el hombre debe profesar, comprendo-digo-que Vd. exclame con aquel grito tan conocido de los antiguos peregrinos, que se dirigían en fatigosas jornadas a los Santos Lugares. «Ecco apparír Gerusalem si vede». Sí, mi buen amigo; el Cristianismo; he ahí la Jerusalén terrestre donde encuentran su refugio y su descanso las almas ansiosas de verdad. He ahí la ciudad de luz, donde todo error tiene su réplica y ,toda duda su explicación. Pero como en el Cristianismo encontramos varias ramificaciones, a saber, el catolicismo, el protestantismo y la Iglesia ortodoxa, distintas unas de otras en la apreciación de ciertas verdades dogmáti– cas y morales, desearía Vd. saber cuál de ellas tiene razón, cuál es la que encierra el verdadero concepto de Iglesia de Crbto. No pienso detenerme hoy en demostrarle que sólo el ca– tolicismo es el representante legítimo de la obra realizada por Jesucristo, que solo el catolicismo es el cristianismo integral, sin raspaduras, ni adulteraciones, que solo él en su historia y en su doctrina, partiendo de San Pedro, primer representante del divino Fundador, hasta nuestros días, presenta una enca– denación jerárquica sin solución de continuidad y que todas 1as demás religiones, que se llaman cristianas, no son sino ra– mas laterales más o menos desgajadas del tronco central, que
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