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216 tan necio como afirmar que el mundo se hizo por casualidad. Ni puede decirse que Jesucristo se aplicó a sí mismo esas predicciones sin que le correspondieran. Nadie nace cuando, donde y como quiere. De modo que si Jesucristo pudo apro– piárselas es porque en él se realizaban y si en él se realiza– ban, es que a él se referían y por lo tanto él era el Mesías prometido. Por otra parte, tenemos que el mismo Jesucristo afirma– ba sencilla pero categóricamente que era Dios. «El que me ve, ve a mi Padre, porque !lº y el Padre somos una mis– ma cosa.» «El está en mí y yo en El.» Y esta afirmación– era tan pública, que cúando en cierta ocasión pregunta a sus enemigos por qué quieren apedrearle, le contestan:-«Por– que siendo hombre, te haces Dios.))-Ahora bien. O Je– sucristo era verdaderamente Dios, al sentirse y proclamarse como tal, o era sencillamente un impostor o por lo menos un iluso, que, como dice Nietzsche, «pretendió sublevar al pue– blo judío contra el orden imperante, con un lenguaje que aun hoy lo llevaría a uno a Siberia. » Y esto 110 lo fué en manera alguna] esucristo. Afirmarl.o es falsear la historia. Su vida pú– blica y privada no fué la de un subversor del orden. «¿Quién de eosotros-exc!amaba un día-podrá acusarme de un solo pecado? Nunca he ocultado mis enseñanzas, ni he hablado a escondidas. Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.» Y el pueblo lo sabía bien. «Sa– bemos,--le decían-que .eres sincero en tas palabras y que enseiias la verdad de los caminos de Dios.;; Y ahí están Renán, Strauss y compañía, llamándole hombre santo, sabio, justo y virtuoso a boca llena, a pesar de no querer reconocer su divinidad. Pero tenemos, además, quejesucristo no solo aseguraba que él era Dios, sino que lo demostraba con hechos, como la profecía y el milagro, que son el sello y la firma de Dios. Ha– ce profecías de sí mismo, de sus discípulos, del pueblo judío, de la ciudad de Jerusalén, de su obra. Profecías que se cum-

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