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214 - . mentos históricos, sin más autoridad que la que damos a los escribs de Jenofonte, César o Tito Livio. Y esta autoridad la tienen, pese a todos los esfuerzos en contrario, hechos por la Escuela protestante y racionalista de Tubinga. Son libros escritos por testigos directos o inmediatos de los sucesos que narran y con un estilo y naturalidad tan sorprendentes, que encuadran a perfección con los autores, con los acontecimien– tos y con el ambiente geográfico y social de aquellos tiem– pos. Su veracidad y lealtad son tan grandes, que cuentan hasta las cosas que podían muy bien haberse callado, por ser en descrédito y vergüenza de los mismos que las escribían, y uno de ellos nos afirma claramente que escriben lo que deJe– sucristo, vieron, oyeron y tocaron con sus manos, por haber vivido con él hasta su muerte. Los mismos enemigos de la doctrina cristiana en los dos primeros siglos de su existen– cia, como los gnósticos Basí!ides y Marción, apoyaban sus argumentos en la autoridad histórica de los Evangelios. Con razón ha podido decir Rousseau que «los Evangelios tienen caracteres de verdad, tan grandes y sorprendentes, tan per– fectamente inimitables, que, de no ser ciertos, el inventor de ellos sería más grande que el héroe». Tenemos,pues, que los Evangelios, por sus caracteres intrínsecos y extrísecos, son perfectamente históricos y merecen toda nuestra credibilidad, pudiendo apoyarnos en ellos con toda confianza, sin temor a equivocarnos. Ahora bien: ¿qué nos dicen de Jesucristo los Evangelios? Nos dicen ante todo que era un hombre. Nos cuentan la fami– lia de la cual descendía, el lugar donde nació, el trabajo en que se ocupó, las ideas y doctrinas que enseñó durante tres años, el complot que le armaron sus enemigos y del cual sa– lió condenado a muerte y el modo como lo ajusticiaron y en– terraron. Pero en medio de iodo esto perfectamente humano, palpita la convicción profunda de que aquel hombre era Dios, era el Mesías prometido y esperado durante cµarenta siglos. Y esto es lo que hace atractiva e inquietante la figura de Je-

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