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206 que, una vez demostrada la necesidad y la obligación que tiene el hombre de ser religioso, y puesto en evidencia que no todas las religiones son iguales, ni buenas y que éso de decir «yo practico la religión a mi manera», es una de tantas vaciedades ridículas que nuestra ignorancia suele pronunciar para encubrir la repugnante desnudez del alma, tenemos ya delante la cuestión de mayor trascendencia que se nos ha presentado hasta ahora, el punto, no diré el más difícil, por– que no lo es cuando se busca la verdad sin prejuicios, pero sí el más delicado, como lo es el del buque a su llegada al puerto, que necesita de todo el tino y experiencia del prácti– co para entrar a la dársena que tiene señalada, sin perderse entre la multitud de bocas y canales que le salen al encuentro y entre los cuales ha de atravesar. Si conseguimos llegar sin tropiezo, está Vd. salvado del naufragio. Por eso le doy en estos momentos el mismo consejo que dió Virgilio a Dante al ·penetrar en el último círculo del infierno. · ed ecco il loco ove convien che di fortezza t' armi. (1) Vamos, pues, a tratar hoy de demostrar cuál .de las mu– chas religiones que existen presenta los caracteres y garan– tías de la verdad y en consecuencia, cuál es la religión que el hombre debe admitir y practicar. Ante todo hemos de confesar, mi buen amigo, que sien– do la religión algo tan natural y necesario que sin ella queda– ría frustrado el fín del hombre, Dios, que es bondad, amor y sabiduría, tuvo que comunicarse con él para darle algunas se– ñales o pruebas por las que pudiera conocer de una manera ciara e inconfundible la verdadera religión, con la seguridad de no equivocarse en asunto de tanta transcendencia. Si así no fuera ¿con qué derecho habría Dios de exigírselo y casti– garlo, si a pesar de sus esfuerzos y buena voluntad,· no lo había conseguido? (1) He aquí el sitio donde es necesario que seas fuerte.
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