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193- 1 años y he corrido ya mucho para dejarme alucinar por el ho~ nor sin religión. MÓrnlidad de barniz, de superficie, sepulcros blanqueados. Sí, mi amigo, y ésto lo sabe Vd, tanbien como yo, el honor sin religión es muy compatible con aquellas tre– mendas palabras de lady lVl.acbeth: «Todos los aromas.del oriente. y todas las aguas del océano no bastarían para lavar las manchas de tus manos enguantadas». Hay hombres y se– ñoras y jóvenes y viejos, muy caballeros, muy ,correctos, múy educados, muy planchados y lavados, incapaces de cometer una falta de urbanidad, ni de decir una palabra inconveniente en público, y que, a pesar ele toda la consideración y presti– gio de que gozan, debieran estar a la sombra de un presidio, si no supieran guardar al exterior las apariancias de una hon– radez y moralidad que no tienen en su conciencia, Y esto no es de hoy, pues hace ya bastante. que escribió el poeta italiano: En tiempo de la~ bárbaras naciones Colgaban de /a.cruz a los ladrones, Pero hoy, en el siglo de las luces, Del pecho del ladrón cuelgan .las cruces.. No niego que haya hombres sin religión que sean hasta cierto punto morales; pero lo son. por excepción, por tempe– ramento, porque no les pide al cuerpo otra cosa; tal vez por– que son parásitos de la Religión, viven, sin darse cuenta, de su ambien.te y sus enseñanzas, pero no porque encuentren fuera de ella un motivo lo suficientemente eficaz para hacer– lqs morales. Racine que era ungran observador y un gran fi. lósofo escribía a su hijo estas palabras: Me complazco en creer que haciendo todo lo posible para ser un hombre honra– do, te persuadirás de que no puedes serlo sin dar a Dios lo que se le debe. Y la experiencia nos demuestra que no hay moral, sin religión. Estas palabras de Racine expresan una verdad incontes– table que, ni aun siendo ciegos, podríamos negar. A medida

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